En un momento dado, tres profesores compartieron su actividad en la Universidad de Lemberg: Hersch Lauterpacht, Rafael Lemkin y Hans Frank. Dos de ellos 
construyeron en gran medida los conceptos de lesa humanidad y de genocidio con los que hoy se trabaja en Derechos Humanos. El tercero fue el abogado de Hitler. Todos se formaron en la misma universidad. Los dos primeros trabajaron activamente en el juicio de Nüremberg, en el que se condenó a la horca al tercero, por considerarlo en gran medida responsable de las políticas de exterminio del régimen nazi, que también arrasaron con la vida de buena parte de las familias de Lauterpacht y de Lemkin.
Más allá de lo trágico de estas historias, dos reflexiones básicas, menores: 1) un mismo ámbito académico puede generar lo mejor y lo peor; no hay bondad ínsita en los claustros universitarios y 2) los ámbitos académicos siguen siendo un almácigo para el desarrollo de ideas que se desarrollan con el tiempo, por caminos casi imposibles de prever cuando se plantean determinados debates en ellos. De ello se desprende la importancia de dar discusiones que movilicen conciencias y pongan sobre la mesa de trabajo ideas que el día de mañana puedan llevar justicia a lugares y a conflictos aún no planteados en la sociedad.
Es el formidable poder de las ideas. Kant jamás salió de Königsberg y desde ahí estableció un sistema de ideas que en gran medida cambió la concepción del mundo.
Es apasionante ver cómo en una universidad de una pequeña ciudad periférica (hoy Ucrania), se generó el ambiente académico en el que se generaron ideas que contribuyeron en forma significativa al desarrollo del sistema de Derechos Humanos. Seguramente había ahí algún profesor que ponía pasión en lo suyo y el probable que nunca haya llegado a advertir la dimensión del fruto de lo que ayudó a cultivar.